FAMILIA, ESCUELA Y DESARROLLO HUMANO

Familia y escuela tienden a observarse unidireccionalmente como si no compartiesen propósitos educativos comunes. Ha de advertirse que lo que nos caracteriza como personas (hablar, pensar, establecer vínculos afectivos, usar sistemas simbólicos) no es producto directo de la maduración sino de una interacción constante con los otros, quienes nos ofrecen la posibilidad de incorporar elementos básicos de nuestra cultura e introducirnos en ella y avanzar en nuestro desarrollo personal. Al respecto Vygotsky (2000) señaló que el desarrollo humano no puede entenderse al margen del contexto ni de la cultura en los que se produce.

Las interacciones que promueven el desarrollo se construyen de modo significativo en los contextos donde las personas crecen y viven, de ahí que la familia y la escuela, formadas por sistemas múltiples, sean ambientes trascendentales para la formación humana (Solé, 1996). Hay una ruptura entre familia y escuela. La familia tiende a mirar la escuela como “guardería”, o el sitio seguro donde sus hijos pueden estar mientras los padres trabajan; y la tiende a considerar como lo mínimo que puede ofrecer para que su descendencia sea “alguien en la vida”.

La escuela, por su parte, tiende a observar a la familia como un contexto lejano a ella que no debe entrometerse en los asuntos curriculares ni en la planeación institucional. Las relaciones de la escuela con la familia suelen ser más burocráticas y sancionatorias que de colaboración. Frente a esto, no es banal indagar acerca de las relaciones entre familia y escuela, entre familia y profesionales de la educación, pues se plantea la necesidad de un entendimiento mutuo entre ambos contextos de desarrollo y aprovechar el potencial educativo de la relación entre las dos instituciones.

En nuestros días somos conscientes de la insistencia de la escuela para que la familia se vincule y se responsabilice efectivamente en los procesos de formación de los niños y jóvenes. En otras palabras, existe una inconformidad —en ocasiones tácita— frente a la apatía e indiferencia de la familia con respecto a lo que ocurre en la escuela. Más todavía, dicha inconformidad se enfoca en aquellas familias que le han endilgado a la escuela responsabilidades que, de suyo, les pertenecen. La escuela, si queda sola, no puede lograr el propósito de formar en lo humano o, si se quiere, de procurar su desarrollo.

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