Según la definición de Naciones Unidas, la violencia contra las mujeres comprende «todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto en la vida pública como privada».
Esta violencia se origina en un sistema de relaciones de género arraigado en la organización social y cultural, que históricamente ha promovido la idea de que hombres y mujeres deben tener cualidades y roles diferentes, con la superioridad masculina como eje central. Estos roles estereotipados asignan a los hombres la dominación, el control y el poder, mientras que a las mujeres se les asigna la obediencia, la aceptación de la autoridad masculina y la dependencia.
La educación y socialización de hombres y mujeres han contribuido a perpetuar este orden social, enseñando a los hombres a ser violentos y a las mujeres a aceptar la violencia como parte de sus relaciones. El maltratador no nace como tal, sino que aprende a ser violento a través de la cultura y la sociedad.
La teoría del ciclo de la violencia, formulada por Leonor Walker, es fundamental para entender los comportamientos de las mujeres que sufren violencia por parte de sus parejas masculinas. Este ciclo explica la alternancia entre momentos de tensión y violencia, y otros de calma y afecto, lo que puede llevar a la víctima a regresar con su agresor, generando sentimientos de frustración o enfado en algunos profesionales.