La salud mental, lejos de ser la mera ausencia de patologías, se concibe cada vez más como un estado de bienestar integral, un equilibrio dinámico que abarca las dimensiones emocional, psicológica, social y espiritual. En este panorama, la generación millennial emerge como un grupo particularmente vulnerable, caracterizado por la autoexigencia, la constante comparación social y la supresión emocional frente a los diálogos cotidianos y las voces internas. Si bien el consultorio psicológico ofrece un espacio de gran utilidad para la intervención y el tratamiento, la promoción proactiva del bienestar mental requiere enfoques que trasciendan los límites de la terapia clínica y se integren en la vida diaria. Es aquí donde el diseño positivo, una disciplina emergente, se posiciona como una herramienta con gran potencial para fomentar el autocuidado y la reflexión continua.
El diseño positivo, a diferencia del diseño tradicional centrado en la funcionalidad o la estética, busca intencionalmente crear productos, servicios, entornos e interacciones que promuevan el florecimiento humano (Desmet & Pohlmeyer, 2013). No se trata de «curar» enfermedades, sino de expandir la gama de herramientas que mejoran factores relacionados con el bienestar, la comunicación y las interacciones. Este enfoque se alinea perfectamente con la definición de autocuidado: un conjunto de prácticas proactivas que las personas realizan para promover su salud, prevenir enfermedades y mejorar su calidad de vida en general, abarcando el bienestar psicológico, emocional, social y espiritual.
La relevancia del diseño positivo en el contexto de la salud mental millennial es innegable. Esta generación, inmersa en la era digital y la cultura de la productividad, internaliza presiones que se manifiestan en diálogos internos y externos a menudo limitantes. Frases como «tienes que ser fuerte», «no te quejes, hay gente peor que tú» o «a tu edad ya deberías tener…» se convierten en representaciones verbales de creencias arraigadas que obstaculizan la expresión emocional verdadera y generan un estado de agotamiento constante. El diseño positivo interviene precisamente en este punto, buscando hacer conscientes estas narrativas y ofrecer vías para su resignificación.
Un ejemplo elocuente de esta aplicación es el proyecto «VOCES: un cuestionamiento a los diálogos cotidianos«. Esta exhibición interactiva, diseñada para la generación millennial, ilustra cómo el diseño puede catalizar la reflexión y la transformación personal. A través de sus estaciones, «VOCES» materializa lo intangible: las frases cotidianas y las voces internas. La primera estación, «Frases que nos atraviesan», invita a los participantes a clasificar estas expresiones como «habilitadoras» o «inhibidoras» y, de manera importante, a reescribirlas para quitarles su carga negativa. Esta interacción física, al hacer visible el impacto de las palabras, se convierte en un ejercicio de autoconciencia y empoderamiento.
La segunda estación de «VOCES» introduce la «Teoría de las Olas de Expresión», un modelo progresivo que visualiza el camino hacia el bienestar a través de tres niveles de expresión: la expresión interna (con autocompasión), la expresión con la red de apoyo (con vulnerabilidad) y la expresión para el crecimiento (con persistencia). Al permitir a los usuarios ubicar sus propias frases en estas «olas» y trazar su ruta personal de bienestar, la exposición ofrece un marco conceptual y una herramienta concreta para el autocuidado continuo. Objetos de conversación interna, como una balanza que visualiza el equilibrio de pensamientos positivos y negativos, o un muñeco que disipa nubes de angustia con mensajes de autocompasión, demuestran cómo el diseño puede crear artefactos que faciliten la introspección íntima y la gestión emocional en el día a día.
Más allá de la terapia, el diseño positivo ofrece intervenciones no clínicas que promueven la reflexión, la autoconciencia y el diálogo sobre el bienestar mental. Los «objetos de conversación interna» se convierten en compañeros silenciosos que invitan a la pausa y a la introspección en medio de la rutina. Las experiencias colectivas, como exposiciones interactivas, desestigmatizan la conversación sobre la salud mental, fomentan la empatía al revelar la diversidad de experiencias y crean un sentido de comunidad anónima donde la vulnerabilidad es compartida y normalizada. La tangibilidad de estas interacciones, ya sea a través de nudos, hilos o la escritura en un muro, ancla los conceptos abstractos de pensamientos y emociones en una realidad física, facilitando su procesamiento.
Para finalizar, el diseño positivo es una disciplina con una capacidad de transformación para la salud mental, especialmente para la generación millennial. Al trascender el consultorio y llevar herramientas de autocuidado al día a día, el diseño humanizado empodera a los individuos para cuestionar sus diálogos internos, resignificar creencias limitantes y cultivar la autocompasión y la vulnerabilidad. Proyectos como «VOCES» demuestran que, mediante la creación de experiencias y objetos significativos, el diseño puede ser un agente de cambio social, nutriendo el bienestar integral y construyendo un camino hacia una realidad personal y colectiva más consciente y equilibrada.
Rodas Velásquez, L. M. (2025). VOCES: Un cuestionamiento a los diálogos cotidianos. Propuesta de diseño positivo en pro de la salud mental (Tesis de Maestría, Universidad de los Andes).