Rosa Cobo Bedia
El creciente proceso de sexualización de las mujeres hunde sus raíces en aquellas estructuras simbólicas que definen a las mujeres como naturaleza, biología y sexo y en aquellas estratificaciones sociales que subordinan, inferiorizan y devalúan a las mujeres. La definición de las mujeres como sexualidad implica una operación de largo alcance que desemboca colectivamente en procesos de inferioridad social y política e individualmente en procesos de desindividuación. Esta operación tiene como objetivo que las alternativas vitales para las mujeres no salgan de los límites asignados en el contrato sexual: matrimonio y prostitución. Mari Luz Esteban lo explica muy bien: “los objetivos principales del aprendizaje corporal de las mujeres son la reproducción y la seducción” (Estebán, 2004: 73).
El proceso de sexualización de las mujeres queda diseñado en los comienzos de la modernidad y la conceptualización de las mujeres como naturaleza fundamentalmente sexual se exalta hasta niveles inimaginables en el contexto de la misoginia romántica en el siglo XIX (Amorós, 1987; Valcárcel, 1997). Este imaginario se pondrá en cuestión con la aparición del sufragismo en la segunda mitad del siglo XIX y del feminismo radical en los años 60 y 70, pero la reacción patriarcal, a la que se sumará la reacción capitalista neoliberal, volverá a traer al centro del escenario histórico nuevas e inéditas formas de sexualización de lo femenino. En efecto, los intereses masculinos y capitalistas contribuirán activamente a la construcción de un nuevo marco social y económico que exaltará un modelo normativo femenino sobrecargado de sexualidad.
La cultura de sexualización de las mujeres que ha tenido lugar en las últimas décadas en Occidente se hace legible a la luz de esa ontología de lo femenino que ha fabricado la cultura patriarcal y que oscila entre la reproducción y la prostitución, entre la maternidad y la seducción. En otros términos, la hipersexualización de lo femenino es la condición de posibilidad de que pueda desarrollarse una cultura de la pornografía y de la prostitución. Sin embargo, pese a esos mandatos de género, se ha construido otra propuesta alternativa y crítica de subjetividad femenina impulsada por el feminismo de la que hablaremos al final de este texto.