María Rodríguez-Bocanegra y Rafael Ferro-García
La Psicoterapia Analítica Funcional es una terapia de filosofía contextual que surgió a finales de los años 80. Está fundamentada en el conductismo radical y los conceptos descritos por Skinner (1953, 1957, 1974) sobre los eventos privados y la función del lenguaje en la situación terapéutica. FAP entiende la situación terapéutica como la interacción fundamental para el cambio en la conducta. Se sirve del Análisis Funcional de la Conducta para averiguar las funciones de los problemas del cliente y actuar directamente sobre la conducta. Ésta es moldeada progresivamente utilizando contingencias naturales, asumiendo la equivalencia funcional entre el ambiente clínico y el habitual del cliente. Para llevar a cabo este trabajo, el terapeuta analiza las Conductas Clínicamente Relevantes (CCR) y hace uso de las cinco reglas terapéuticas. Las CCR tipo 1 son los problemas del cliente que ocurren durante la sesión y cuya frecuencia debería ser disminuida. Las CCR tipo 2 son las mejorías del cliente que ocurren en sesión, y las CCR tipo 3 son las interpretaciones que emite el cliente sobre su propia conducta y lo que cree que la causa.
La primera regla terapéutica consiste en observar las CCR del cliente; la segunda en evocar CCR1; la tercera en reforzar de forma natural y afectiva las CCR2; la cuarta en observar los efectos de este reforzamiento sobre la conducta del cliente; y la última en generar en el cliente un repertorio de descripción de las relaciones funcionales entre las variables de control y sus conductas (FerroGarcía et al., 2015). Históricamente, la flexibilidad en la aplicación de FAP ha permitido su combinación con otras terapias contextuales y cognitivo-conductuales, como la Terapia de Aceptación y Compromiso, la Terapia de Activación Conductual , la Terapia Dialéctica Conductual , o la Terapia de Interacción Padres-Hijos, y en una variedad de problemáticas como depresión, psicosis , problemas leves y graves de personalidad, con mujeres víctimas de violencia de género o discapacidad intelectual, así como con distintas culturas y poblaciones, aunque en su gran mayoría con población adulta.
Organizaciones oficiales, como la Society of Clinical Child and Adolescent Psychology, División 53 de la American Psychological Association (APA, 2012), recomiendan mayoritariamente tratamientos cognitivo-conductuales basados en la evidencia empírica y, en ocasiones, su combinación con un tratamiento médico-farmacológico para trabajar con los problemas en la infancia y adolescencia. Según Orgilés (2010), en comparación con los tratamientos psicológicos, los farmacológicos han demostrado menor eficacia para los trastornos infanto-juveniles, siendo por tanto los primeros los de elección. Sin embargo, no se declina su combinación en determinados problemas como es el caso del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en la infancia o de problemas emocionales en la adolescencia, enfocando el origen, el abordaje y la comprensión del sufrimiento humano más desde una perspectiva neurobiológica y formal, que existencial, contextual, funcional. El estudio de terapias infanto-juveniles que se ocupen de la función por encima de la topografía crece exponencialmente como con PCIT, ACT y DBT.
PCIT es una terapia indicada para niños con edades comprendidas entre los dos y los siete años que presentan problemas de conducta, Trastorno Negativista-Desafiante (TND), TDAH, y que sufren o están en riesgo de sufrir maltrato, aunque también es eficaz en otras problemáticas como la depresión y la ansiedad (Ferro-García et al., 2021). Trabaja con lo que ocurre en sesión a través del juego y enfatiza la importancia de establecer una buena relación terapéutica y el uso del análisis funcional de la conducta del niño. La aplicación de ACT en la infancia y adolescencia es conocida (Halliburton y Cooper, 2015; Hayes y Greco, 2008). El terapeuta infantil puede comprender la función del repertorio del menor y sus padres, adaptar estrategias prototípicas de ACT y usar el juego para debilitar el control que ejerce el lenguaje y prevenir o remediar los problemas derivados.
DBT está orientada mayoritariamente a su trabajo con adolescentes que presentan graves trastornos emocionales y de conducta. Se centra fundamentalmente en el concepto de aceptación incondicional y validación del cliente, y en la enseñanza de habilidades de conciencia plena, tolerancia al malestar, regulación emocional y habilidades interpersonales. El terapeuta debe atender a cómo su conducta refuerza o castiga las del adolescente, reforzar expresiones del malestar que resulten más adaptativas en función de su historia, y no reforzar con su atención y calidez cuando el adolescente expone una conducta considerada problemática. Si bien las intervenciones cognitivo-conductuales para trabajar con los problemas más usuales en la infancia y adolescencia son eficaces y efectivas, éstas suelen centrarse en la intervención de diagnósticos concretos y obvian o relegan a un segundo plano el uso del Análisis Funcional para analizar sus conductas y promover el cambio en sesión, así como el papel y la transcendencia de la relación terapéutica. Es por ello que desde este trabajo se reflexiona sobre la recomendación de intervenir con FAP, un psicoterapia contextual, flexible y funcional, en estas poblaciones, y se realiza una revisión sistemática de los estudios empíricos desde su surgimiento hasta la actualidad, acrecentando las aportaciones de otras revisiones de la literatura anteriores.
En ellas se concluye la recomendación de aplicar FAP para trabajar problemas conductuales y emocionales con niños y adolescentes, así como la necesidad de trabajos empíricos más precisos que permitan comprender mejor el proceso y la efectividad de FAP en estas poblaciones.
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