La violencia política, según sistematiza Rafael Herranz, es un fenómeno complejo que abarca diversas dimensiones: física, estructural, normativa e instrumental. No puede definirse únicamente como el uso de la fuerza, sino que debe entenderse como un proceso intencional y evaluativo que tiene como objetivo modificar las estructuras de poder o imponer voluntades en el ámbito político. La violencia en este contexto no es solo una acción física, sino un acto normativamente cargado, que implica una transgresión de derechos y que se emplea estratégicamente para lograr cambios sociales o políticos.
El análisis de la violencia política exige una reflexión profunda sobre las condiciones que la generan y la justifican, así como sobre los límites entre la violencia legítima y la ilegítima. En un mundo donde las desigualdades estructurales y la represión estatal son aún realidades cotidianas, la violencia política sigue siendo un tema central para entender las dinámicas de poder y resistencia que definen nuestras sociedades.
La violencia política ha sido un tema recurrente y central en la historia de las sociedades, y su análisis ha generado diversas interpretaciones y definiciones a lo largo del tiempo. En el documento «Notas sobre el concepto de violencia política», Rafael Herranz Castillo explora exhaustivamente este concepto, considerando diferentes enfoques filosóficos y políticos sobre lo que implica la violencia, especialmente en el contexto político.
Para entender la violencia política, primero es crucial comprender la noción más general de violencia. Tradicionalmente, el término ha sido descrito de manera puramente física, como el uso desproporcionado de la fuerza o como un acto de agresividad extrema. Según Herranz, esta definición incluye características como la brusquedad y la destrucción, lo que a menudo se traduce en la percepción de la violencia como una acción física directa, que altera el orden o causa daño a las personas o propiedades. Sin embargo, esta aproximación descriptiva resulta insuficiente cuando se trata de analizar la violencia dentro de un contexto político, ya que la violencia no solo se expresa de manera física, sino también simbólica, estructural y normativa.
Uno de los aportes más destacados del texto es la consideración de la violencia como un concepto evaluativo, no meramente descriptivo. Es decir, el análisis de la violencia no puede ser neutral, pues implica inevitablemente un juicio de valor sobre la legitimidad o ilegitimidad del acto violento. En el ámbito político, la violencia tiende a estar asociada con la violación de derechos o con la transgresión de normas morales, lo que la convierte en un fenómeno no solo observable, sino también sujeto a valoración.
El filósofo Robert Paul Wolff establece una clara conexión entre violencia e ilegitimidad, rechazando cualquier intento de definir la violencia desde un punto de vista puramente neutral. Wolff sostiene que la violencia, especialmente en el contexto político, siempre involucra un uso ilegítimo de la fuerza.. Este enfoque sugiere que la violencia no puede comprenderse sin atender a las estructuras de poder y autoridad que la rodean, lo que es particularmente relevante para la comprensión de la violencia política.
La violencia política se refiere a aquellas acciones que buscan alterar o influir en el sistema político utilizando la fuerza o la coacción. Según Herranz, uno de los aspectos centrales de la violencia política es su carácter instrumental. En palabras de autores como Hannah Arendt y Ted Honderich, la violencia en el ámbito político no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar determinados objetivos. Es decir, los actores políticos emplean la violencia como una herramienta para acelerar cambios en las políticas, el gobierno o las estructuras de poder. Esta instrumentalidad de la violencia política la convierte en un fenómeno inherentemente contextualizado: surge en situaciones donde los actores perciben que sus fines no pueden lograrse por medios pacíficos o convencionales.
Desde esta perspectiva, es importante distinguir entre la violencia política ejercida por el Estado y la ejercida por actores no estatales. Tradicionalmente, se ha considerado que el Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia, una idea que proviene de la obra de Max Weber. El Estado utiliza la violencia como un medio para mantener el orden y hacer cumplir las leyes, y se le considera legítima en tanto actúa dentro de los límites legales. Sin embargo, en contextos donde el Estado abusa de su poder o actúa de manera tiránica, también puede ser visto como un agente de violencia ilegítima, lo que cuestiona la distinción entre «violencia» y «fuerza». Herranz menciona que ciertas acciones del Estado pueden considerarse como violencia sistemática y continua, especialmente cuando se emplean para reprimir a ciertos sectores de la sociedad.
Por otro lado, la violencia no estatal o privada ha sido tradicionalmente percibida como ilegítima, pues implica una transgresión contra el poder establecido. No obstante, el documento señala que en tiempos recientes, ha habido un incremento en la participación de sectores ciudadanos en actos de violencia política, lo que introduce una nueva complejidad al fenómeno. Estas formas de violencia suelen ser vistas como respuestas a situaciones de injusticia o represión por parte del Estado, lo que plantea el dilema moral sobre la legitimidad de la violencia ejercida por los ciudadanos. A menudo, los movimientos de resistencia o revoluciones son casos donde la violencia privada se justifica bajo la bandera de la lucha por derechos o libertades fundamentales.
Otro elemento importante en el análisis de la violencia política es la noción de violencia estructural, introducida por el sociólogo Johan Galtung. A diferencia de la violencia directa o física, la violencia estructural se refiere a las desigualdades sistémicas que impiden que las personas alcancen su pleno potencial. Estas desigualdades pueden estar arraigadas en las estructuras políticas, económicas y sociales, y aunque no implican necesariamente un daño físico inmediato, sus efectos pueden ser igualmente devastadores.
La violencia estructural es especialmente relevante en contextos donde las instituciones políticas perpetúan la injusticia o la exclusión. Por ejemplo, un sistema político que margina sistemáticamente a ciertos grupos étnicos, raciales o de clase puede considerarse violento, aunque no haya una agresión física directa. La violencia estructural se convierte así en un mecanismo invisible de control y opresión, que a menudo pasa desapercibido en los análisis convencionales de la violencia política.
Este tipo de violencia amplía significativamente la noción de lo que se considera violencia política, ya que incluye no solo los actos de represión directa, sino también las políticas que perpetúan la pobreza, la falta de acceso a derechos básicos y la desigualdad social. En este sentido, la violencia estructural es un medio institucionalizado de causar daño, y su existencia desafía las visiones simplistas de la violencia como un fenómeno puramente físico.
Un punto clave en la definición de la violencia, y en particular de la violencia política, es la intención de causar daño. Para que un acto pueda considerarse violento, debe haber una voluntad deliberada de infligir daño, ya sea físico, psicológico o moral. Esta intencionalidad es lo que distingue a la violencia de otros usos legítimos de la fuerza, como la defensa propia o la aplicación de la ley. Herranz enfatiza que la violencia política siempre implica una voluntad de agredir en aras de alcanzar objetivos políticos específicos.
El filósofo Robert Holmes destaca la distinción entre violencia primaria y secundaria, siendo la primera aquella que se ejerce directamente sobre las personas, y la segunda, sobre bienes o propiedades. Sin embargo, lo que caracteriza a la violencia política es su conexión con el daño a los derechos y libertades de los individuos, lo que la convierte en un fenómeno profundamente normativo.
Herranz Castillo, R. (1991). Notas sobre el concepto de violencia política. Anuario de filosofía del derecho, 427-442.
Autores relevantes
- Hannah Arendt: En «La violencia» (1970), Arendt analiza la violencia como una forma de poder y su relación con la política.
- Max Weber: En «Economía y sociedad» (1922), Weber define el Estado como una entidad que detenta el monopolio legítimo de la violencia.
- Antonio Gramsci: En «Notas sobre la política» (1933), Gramsci aborda la violencia como una herramienta para mantener la hegemonía de una clase dominante.
- Frantz Fanon: En «Los condenados de la tierra» (1961), Fanon analiza la violencia como una forma de resistencia contra la opresión colonial.
- Charles Tilly: En «La formación de los Estados europeos» (1975), Tilly estudia la relación entre la violencia y la formación de los Estados modernos.
- Johan Galtung: En «Violencia, paz y investigación para la paz» (1969), Galtung introduce el concepto de «violencia estructural» (violencia institucionalizada y simbólica).
- Noam Chomsky: En «Deterring Democracy» (1991), Chomsky critica la violencia política ejercida por los Estados y la élite política.
- Zbigniew Brzezinski: En «La gran mesa del ajedrez» (1997), Brzezinski analiza la violencia política en el contexto de la geopolítica y la estrategia internacional.
- Manuel Castells: En «La sociedad red» (1996), Castells estudia la relación entre la violencia política y la comunicación en la era digital.
- Slavoj Žižek: En «Violencia» (2008), Žižek analiza la violencia política en el contexto de la globalización y la ideología neoliberal.
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