La Psicología Social se ha ocupado de los mayores en la medida en que su objeto de estudio es el análisis de las categorías sociales, de las relaciones entre los individuos y grupos, asi como la influencia de factores sociales en el individuo. En este sentido, la edad como tal es una de las primeras categorías que utilizamos a la hora de describir a las personas, además de su género, raza o estatus. No obstante, hay que señalar que la atención que la Psicología Social ha prestado a la edad, como categoría social, ha sido menos abultada que la que han recibido otras categorías como por ejemplo la etnia o la raza.
No podemos obviar el hecho de que la Psicología Social surge en un momento histórico y en un entorno social muy peculiar, con el propósito de dar respuesta a una serie de problemas sociales que caracterizaban a la sociedad norteamericana de principios de siglo (1890-1920) y que fundamentalmente tenían que ver con enfrentamientos entre grupos de diferentes etnias y razas, lo cual generaba fuertes conflictos y numerosos problemas sociales: prejuicio, discriminación, marginación, pobreza, violencia, etc. (Expósito. 2005).
La edad por si sola no es indicativo de mucho, ni siquiera es un buen predictor en determinados aspectos; estabilidad, madurez, formación, estatus, experiencia, etc. Más bien lo que ocurre es que cuando nos referimos a la edad como categoría social asumimos la existencia de una construcción social de la edad. En este sentido, la edad es concebida como una marca social o categoría que estructura la forma en la que somos percibidos por los demás e interaccionamos unos con otros, de la misma manera que ocurre con otras categorías sociales. Todas ellas (la edad, la etnia o el género) suponen un sistema de clasificación que determina la posición de una persona en la escena social y pública, suministrando información en términos de poder, estatus y acceso a los recursos (Canetto, 2001; Rodríguez, 2002).
Estas categorías se entrecruzan entre sí a lo largo de nuestro ciclo vital, siendo el género una de las más variables relevantes a tener en cuenta al estudiar los fenómenos socia les asociados a la edad, ya que como tal, el género es también una contracción social que varía en las diferentes etapas de la vida. Como señala Freixas (2004), no es lo mismo envejecer siendo hombre que siendo mujer.
El término «género» tiene un carácter sociocultural y designa un esquema utilizado para la categorización social de los individuos (Moya, 1985). Se utiliza para referirse a juicios e inferencias que extraemos de los hombres y las mujeres y que afecta a los roles, estereotipos y a lo que consideramos masculino y femenino. Desde la Psicología Social se ha estudiado la representación social de las personas mayores, entendida como las creencias que la gente en general mantiene acerca de los mayores como grupo. En términos generales, podríamos apelar a la teoría del rol para explicar ciertas actitudes negativas hacia los mayores y hacia las mujeres.
El concepto de rol se emplea en paralelo al de papel social y éste lleva implícito un estatus social. Obviamente, la vejez implica un cambio de roles y, por tanto, una trasfonnación del estatus social, consecuente al envejecimiento que adjudica a este grupo de edad el estatus más bajo en la sociedad (i.e., Teoría Estructural-funcionalista). Aplicando esta teoría, la mujer sería doblemente discriminada ya que tradicionalmente ha estado relegada al ámbito doméstico y ha desempeñado menos funciones sociales y públicas, por lo que la edad ha sido una razón más para mantenerla recluida en la esfera privada. En este sentido, cuando hablamos de edad avanzada nos referimos siempre a un construcción social que cumple dos funciones (Berger y Luckmann, 1966): 1. Aporta una serie de rasgos y características de la personas, además de servir para estructurar un determinado tipo de comportamientos u opciones comportamentales por las que todos podríamos optar. En cierto sentido, podríamos decir que contribuye a optimizar ta relación con el mundo extemo (Heckhausen y Schulz, 1995). Las nomas sociales, en general, informan a los individuos respecto a qué conductas son adecuadas y/o apropiadas a su edad.
2. La construción social de la edad ayuda a las personas a compensar los efectos negativos propios de esta fase del ciclo vital en la que las pérdidas se hacen más frecuentes y severas (Baltes y Baltes, 1990). Es un hecho incuestionable que la llamada tercera edad está caracterizada por una serie de situaciones traumáticas como son la jubiliación, la pérdida de relaciones profesionales y de amistad, la viudedad, la incapacidad sobrevenida por el natural deterioro físico, etc. Todos ellos hechos para los que debemos estar preparados y de esta forma aceptarlos como «hechos normales», minimizando en la medida de lo posible el impacto de los mismos.
Existen una serie de concepciones normativas respecto a la edad que son socialmente consensuadas (por ejemplo, cuándo es el momento de contraer matrimonio, formar una familia, conseguir un empleo, independizarse, tener una vivienda propia, jubilarse, etc., así como conductas especificas, como conducir de forma temeraria, beber en exceso, llevar bikini, hacer topless, etc.). Las normas sociales acerca de la «conducta adecuada a la edad» se empezaron a estudiar por primera vez en 1960 por sociólogos norteamericanos que encontraron que los miembros de una determinada sociedad mantenían unas creencias compartidas acerca de lo que era apropiado a cada edad (Neugarten, Moore y Lowe, 1965). Este es un proceso adaptativo tanto para la sociedad como para el individuo ya que, desde el punto de vista social, contribuye a predecir y planificar el funcionamiento laboral, familiar, de educación, ele, de las personas, y desde una perspectiva individual, suministra una serie de pautas o marcas de las aspiraciones que todos debemos tener para el futuro, al mismo tiempo que inhibe otras. Frases como «ya tienes edad para….» o «no tengo edad de ….» es un claro indicativo de la aplicación de estas concepciones normativas respecto a la edad.
En el caso del género, se incluyen además otras normas que son mucho más restrictivas para las mujeres y que las limitan a ciertos papeles sociales y a adoptar determinadas pautas de conducta. El sistema patriarcal ha impuesto un orden de funcionamiento social que sitúa a hombres y mujeres en posiciones diferentes tanto en la esfera pública como privada y que adjudica determinados comportamientos a unos y otras. Mientras que a los hombres se les valora más la valentía, la búsqueda de recursos y la defensa de sus propiedades, a las mujeres se les exige obediencia y sometiento, al mismo tiempo que una sobrevatoración de la pureza.
Sin embargo, estas concepciones normativas de la edad pueden funcionar como estereotipos sociales ayudando a organizar y modelar la percepción social que tenemos de los demás. Como cualquier norma social, funcionan como «reglas de obligado cumplimiento» con un fuerte carácter prescriptivo, que hace que el no cumplimiento de las mismas acarrea sanciones tanto personales como sociales (Heckhausen y Lang, 1996). Este tipo de proceso tiene importantes impliciones respecto a nuestra propia conducta, en el proceso de autoevaluación e incluso en la percepción de nuestro bienestar.
de Lemus, Soledad; Expósito, Francisca Nuevos retos para la Psicología Social: edadismo y perspectiva de género Pensamiento Psicológico, vol. 1, núm. 4, enero-junio, 2005, pp. 33-51 Pontificia Universidad Javeriana Cali, Colombia
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