La pregunta de si todos los seres humanos podemos padecer una enfermedad mental es más que un interrogante clínico: interpela a nuestra comprensión sobre la naturaleza humana, la salud, el sufrimiento y la capacidad de adaptación. El artículo de Mingote Bernad y Mingote Adán ofrece una visión profundamente humanista y científica sobre esta cuestión, proponiendo que, en efecto, todos —sin excepción— estamos potencialmente expuestos a experimentar un trastorno mental a lo largo de la vida. Esta afirmación se sustenta en un enfoque biopsicosocial que contempla factores genéticos, ambientales, sociales y culturales, en el marco de la psicología y la psiquiatría positiva.

Mingote Bernad, B., & Mingote Adán, J. C. (2025). Trastorno mental: Factores biológicos, psicosociales y culturales diferenciales. Encuentros Multidisciplinarios, (79), enero-abril.
I. La universalidad del sufrimiento mental
Los autores argumentan que los trastornos mentales no son fenómenos marginales ni excepcionales. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, una de cada ocho personas padece un trastorno mental en un momento dado, y más del 25% lo tendrá en algún momento de su vida. Incluso, un estudio publicado en The Lancet Psychiatry (McGrath et al., 2023) concluye que la mitad de la población mundial puede desarrollar un trastorno mental antes de los 75 años.
Lejos de ser enfermedades raras, los trastornos mentales como la depresión, la ansiedad o el trastorno por consumo de sustancias se presentan con alta prevalencia, siendo la depresión la principal causa de discapacidad global. En este sentido, los trastornos mentales no discriminan edad, género, estatus social o cultural. Son, por tanto, expresión de una vulnerabilidad compartida inherente a nuestra condición humana.

II. La resiliencia no es invulnerabilidad
Uno de los aportes centrales del texto es la distinción entre resiliencia e invulnerabilidad. Ser resiliente —es decir, tener la capacidad de sobreponerse a la adversidad— no significa estar exento de padecer un trastorno mental. Por el contrario, la resiliencia también implica reconocer el sufrimiento, aceptarlo y afrontarlo con estrategias adecuadas, tal como lo plantea Donald Meichenbaum con su técnica de inoculación del estrés.
Este enfoque permite desmitificar la idea de que padecer un trastorno mental equivale a una debilidad personal. La depresión, por ejemplo, no es un fracaso moral ni una falta de carácter, sino una afección compleja, de origen multifactorial, que puede afectar incluso en momentos aparentemente felices de la vida, como un embarazo o un ascenso laboral.
III. El estigma como obstáculo estructural
Uno de los principales enemigos del abordaje adecuado de la salud mental es el estigma persistente. A diferencia de otras enfermedades físicas, los trastornos mentales son a menudo invisibilizados, minimizados o tratados con prejuicio. El artículo resalta cómo este estigma actúa en tres niveles: profesional, institucional y personal.
- A nivel profesional, persiste un déficit formativo en salud mental entre muchos médicos generales.
- A nivel institucional, los sistemas sanitarios priorizan la atención a enfermedades físicas agudas sobre la prevención y tratamiento de trastornos mentales.
- A nivel individual, muchas personas no buscan ayuda por miedo a ser juzgadas o excluidas socialmente.
Este estigma también tiene una dimensión de género: las mujeres tienden a buscar ayuda más tempranamente, mientras que los hombres, condicionados por estereotipos de autosuficiencia, retrasan la consulta, agravando sus cuadros clínicos.
IV. La salud mental como constructo complejo
Otro aporte significativo del texto es la crítica al reduccionismo en el abordaje del trastorno mental. Los autores proponen una perspectiva compleja y multidisciplinaria, alejada tanto del biologicismo extremo como del psicologicismo simplista. Siguiendo el modelo de la interacción diátesis-estrés, afirman que la salud y la enfermedad mental resultan de la interacción entre factores biológicos, psicológicos y ambientales.
Así, la conducta humana es el resultado de la ecuación B = f(P x E), donde la conducta (B) depende de la persona (P) y su entorno (E). Este modelo explica por qué ante un mismo evento estresante, una persona puede desarrollar un trastorno y otra no, dependiendo de su historia vital, genética, red de apoyo y recursos internos.
V. La depresión: paradigma del trastorno mental común
El texto dedica un análisis exhaustivo a la depresión, considerada el paradigma de los trastornos mentales comunes. Aporta datos contundentes: quienes padecen depresión no tratada pueden perder hasta 28,9 años de esperanza de vida ajustada por calidad. Además, existe una alta comorbilidad entre la depresión y otras enfermedades crónicas, como el dolor, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
La depresión afecta profundamente la identidad personal, altera la percepción del mundo, las relaciones y la autovaloración. No se trata solo de un desequilibrio químico o una tristeza pasajera: es una afección sistémica que requiere atención urgente y multidimensional, con intervenciones psicoterapéuticas, psicoeducativas y, en muchos casos, farmacológicas.
VI. Una ética de la prevención y del cuidado
Frente a esta realidad, los autores abogan por una ética de la prevención, la información y el cuidado temprano, especialmente en poblaciones vulnerables como adolescentes, mujeres gestantes o personas expuestas a violencia. La depresión en la adolescencia, por ejemplo, es un factor de riesgo directo para el suicidio, responsable de un tercio de las muertes adolescentes.
Asimismo, exigen una participación del paciente en las decisiones sobre su salud, tal como establece la Ley de Autonomía del Paciente. El reconocimiento del sufrimiento y la solicitud de ayuda no deben ser vistos como signos de debilidad, sino como expresiones de madurez, responsabilidad y autocuidado.
En definitiva, sí, todos podemos padecer una enfermedad mental. Esta afirmación no busca generar alarma, sino conciencia. La salud mental es un continuo en el que todos nos movemos, a veces más cerca de la estabilidad, a veces bordeando el colapso. La clave está en contar con una red de apoyo, información confiable, acceso a servicios de salud mental dignos y libres de estigma, y en fomentar una cultura del cuidado mutuo y del bienestar integral.
Aceptar esta vulnerabilidad compartida no nos debilita, nos humaniza.
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