
En el marco del desarrollo tecnológico acelerado que vivimos, la inteligencia artificial (IA) ha comenzado a desempeñar un papel central en la educación. Desde asistentes virtuales hasta sistemas automatizados de evaluación, las herramientas de IA están reformulando los modelos de enseñanza-aprendizaje. No obstante, su uso plantea retos éticos, cognitivos y sociales que deben ser abordados desde una mirada responsable, particularmente desde la psicología educativa, donde se reconoce que el aprendizaje auténtico requiere no solo acceso a información, sino también un desarrollo equilibrado del pensamiento crítico, la creatividad y la autorregulación.
La definición de los pasos para el desarrollo de una IA responsable en la educación, según la investigación basada en los trabajos de Fiesler, Garrett y Beard (2020) y Cohen et al. (2021), parte del reconocimiento de una preocupación más amplia: la necesidad de una conciencia ética en temas de computación responsable. Esta evolución temática evidencia una transición desde una visión centrada en la disciplina de la computación hacia una visión más holística, en la que se reconoce el impacto transversal de la IA en la sociedad, y en especial, en los procesos formativos.
Desde la perspectiva psicológica, la educación no puede ser reducida a un proceso técnico ni mecanicista. Las herramientas de IA deben integrarse de forma que potencien —y no reemplacen— las funciones cognitivas superiores del ser humano. Según Kathala, Arroyo y Mannuru (2024), entre los riesgos más relevantes se encuentran los algoritmos entrenados con sesgos, las «cajas negras» algorítmicas, y los modelos de calificación automatizados que pueden reproducir o incluso profundizar desigualdades existentes. Estos riesgos no solo afectan la equidad educativa, sino que también alteran la percepción de justicia, autonomía y agencia del estudiante, dimensiones clave para el desarrollo de la identidad y la motivación intrínseca.
Además, el uso indiscriminado de la IA en tareas rutinarias puede generar una pérdida progresiva de habilidades metacognitivas, como la reflexión, el análisis o la toma de decisiones informadas. Como psicólogos, comprendemos que el aprendizaje significativo requiere esfuerzo, interacción social y construcción activa del conocimiento. Automatizar procesos cognitivos puede generar comodidad a corto plazo, pero también puede inhibir el pensamiento crítico, la creatividad y la percepción de riesgos asociados a la privacidad.
Frente a estos desafíos, es necesario promover una cultura de uso ético y consciente de la IA en la educación. Peters (2023) subraya que no todas las aplicaciones de la IA son, per se, amenazas a la integridad académica; sugiere que el foco debe estar en cómo se utilizan, más que en prohibirlas indiscriminadamente. Esta perspectiva invita a un cambio en el enfoque pedagógico: en lugar de castigar su uso, debemos enseñar a los estudiantes a usar estas herramientas con responsabilidad, promoviendo así una cultura de integridad académica.
Holmes et al. (2022) y otros autores han propuesto marcos conceptuales y currículos que integran la IA como parte de la formación académica, fomentando la alfabetización digital crítica y la participación reflexiva. Este tipo de propuestas no solo promueven un aprendizaje más significativo y adaptado al contexto contemporáneo, sino que también refuerzan la ética como eje transversal del proceso educativo.
Desde la psicología, comprendemos que los cambios tecnológicos impactan profundamente en las estructuras cognitivas y en la percepción de sí mismos de los estudiantes. Tal como afirman Ribera y Díaz (2024), la IA “está cambiando –y cambiará mucho más– nuestro día a día, nuestra percepción, nuestro pensamiento y, por supuesto, los modelos de enseñanza-aprendizaje.” Esta transformación requiere una adaptación activa por parte de docentes, instituciones y estudiantes, siempre basada en principios de equidad, transparencia, bienestar y desarrollo humano.
El uso responsable de herramientas de IA en la educación no es un simple asunto técnico o normativo, sino un proceso ético, psicológico y pedagógico que debe ser cuidadosamente acompañado. Lejos de temer a la inteligencia artificial, debemos aprender a convivir con ella de manera crítica, creativa y ética, potenciando sus beneficios sin dejar de lado los valores humanos que sustentan el aprendizaje. La educación del futuro no puede prescindir de la IA, pero tampoco debe renunciar a su misión formativa integral.
Bibliografía
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